Historias de Santo Domingo

No sabía que ser feliz sentaba tan bien. Pero lamentablemente para conocer la felicidad, también hay que vivir momentos de amargura. Esos momentos en los que sabía que no volvería a verte más. Me hago la desagradable, sabiendo que tengo el corazón hecho añicos.

Los días en la playa no son fáciles de olvidar, la libertad recorría mis venas y mis ganas de vivir la vida era lo único que quedaba grabado en mi cerebro.

Era viernes por la noche, con grandes expectativas mi hermana y yo esperábamos triunfar esta noche en la discoteca. Sinceramente, solo queríamos bailar y pasarlo bien. Las bachatas y las salsas sonaban, y las bebidas no dejaban de llegar a nuestras manos.
Pronto encontramos un nuevo pasajero a nuestra aventura, Mario, que rápidamente se enganchó a mi hermana. Sin embargo, como 3 amigos de toda la vida reíamos y bailábamos en nuestro rincón.

Por un momento, no podía pensar en nada, sentada en una butaca y apoyada en la pared todo era borroso. Mi hermana y Mario se habían ido a bailar al centro de la pista. De pronto alguien me saca de la blancura de mis pensamientos, todo parece volver a enfocarse, y me pregunta qué hago sola. La mezcla de la locura y el alcohol me hicieron responder señalando a mis compañeros que ellos me habían dejado sola. Una voz al lado de él me dice que si quiero bailar, le miro y mirándole de arriba a abajo, acepto la propuesta.

Lo cierto es que esa misma noche ya le había visto varias veces, pero ya sabemos que no es lo mismo oír que escuchar, Pues lo mismo me había ocurrido a mí.

Las primeras palabras junto con los primeros pasos de baile empezaron a fluir. Asimismo comenzaron a surgir las primeras risas. Unos cuantos bailes bastaron para saber que algo ocurriría.
Las 4 de la mañana, era bonito no sentir el frío del cierzo zaragozano. La playa parecía le lugar ideal para conococernos

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